El modelo de ultra fast fashion vuelve a encender las alertas. Una nueva investigación de Greenpeace revela que las prendas de Shein siguen conteniendo sustancias químicas peligrosas, pese a los compromisos públicos que la marca asumió en 2022. A través de un análisis realizado en ocho países, la organización encontró que un tercio de las piezas analizadas supera los límites permitidos por el Reglamento Europeo de Sustancias Químicas (REACH), incluso en ropa infantil.
El hallazgo más alarmante proviene de España, donde una de las prendas presentó niveles de PFAS más de 600 veces por encima de lo permitido. Estos compuestos, conocidos como “químicos eternos”, se han vinculado a cáncer, alteraciones en el desarrollo infantil y debilitamiento del sistema inmunológico.
La investigación no sólo evidencia fallas en la gestión química, sino también una cadena de producción y consumo que deteriora ecosistemas, afecta a las personas trabajadoras e incrementa la exposición a sustancias peligrosas en quienes visten estas piezas.
Sustancias peligrosas persistentes en las prendas de Shein
Los análisis muestran que 18 de las 56 prendas estudiadas superan los límites establecidos por REACH, incluyendo tres artículos infantiles. Siete chaquetas excedieron los niveles de PFAS hasta en 3,300 veces, mientras que 14 piezas rebasaron los límites de ftalatos, algunos cien veces más de lo permitido.
A dos años de su primera advertencia, Greenpeace confirma que el problema continúa.
La cadena de riesgos es amplia: desde la exposición directa por contacto con la piel, sudor o inhalación, hasta el impacto ambiental cuando las prendas se lavan o llegan a la basura. Tanto quienes fabrican esta ropa como los ecosistemas de los países productores son los más afectados, pero las personas consumidoras también están en la línea de fuego.
El daño ambiental detrás del modelo de ultra fast fashion
El informe también recalca el papel del Black Friday, el Single Day y otras fechas de consumo masivo, que impulsan compras desmedidas y multiplican emisiones, residuos y pérdida de hábitats. La oferta de Shein —más de medio millón de diseños disponibles y hasta 10,000 lanzamientos en un solo día— ejemplifica un sistema basado en volumen, desecho y presiones psicológicas de compra.
De hecho, la aplicación emplea técnicas persuasivas para inducir consumo impulsivo: temporizadores que simulan urgencia, falsos descuentos y alertas de stock. A ello se suma un crecimiento cada vez más acelerado: los ingresos de la empresa pasaron de 23 mil millones de dólares en 2022 a 38 mil millones en 2024, mientras que sus emisiones se cuadruplicaron en apenas tres años.
Vacíos legales y falta de control sobre la moda rápida
Greenpeace subraya que la plataforma se beneficia de vacíos regulatorios para evadir controles. Al enviar directamente al comprador, muchas prendas de Shein esquivan aduanas y pasan sin revisiones químicas. Aunque la empresa retiró artículos tras la denuncia de 2022 y prometió gestión estricta de sustancias, los hallazgos actuales dejan claro que sus compromisos fueron insuficientes.
La organización también advierte que incluso han reaparecido las mismas sustancias peligrosas encontradas hace dos años, lo que evidencia la ineficacia de los acuerdos voluntarios. Para Greenpeace, este patrón demuestra que sin regulación obligatoria, las empresas pueden seguir operando sin garantizar seguridad ni transparencia.
Hacia una legislación que frene la moda rápida
Ante este escenario, Greenpeace propone una legislación integral similar a la “ley anti-Shein” francesa. La propuesta incluye un impuesto a la moda rápida, la prohibición de su publicidad —también en redes sociales— y la promoción de una verdadera economía textil circular. Para la organización, sólo normas estrictas podrán frenar la sobreproducción y el uso de químicos peligrosos presentes en muchas prendas de Shein.
Así, la responsabilidad no recae únicamente en consumidores, sino en un marco legal que obligue a cambios estructurales: materiales seguros, diseño consciente, cadenas de suministro verificables y límites claros al volumen de producción. Sin estas medidas, el impacto en salud y ecosistemas seguirá creciendo de manera exponencial.
El caso evidencia, una vez más, que la moda rápida no es únicamente un problema de calidad: es un riesgo sanitario y ambiental que se intensifica con cada temporada y cada rebaja. Las investigaciones de Greenpeace muestran que las prendas de Shein continúan vulnerando regulaciones, compromisos y expectativas de seguridad, mientras su modelo de negocio impulsa hábitos de consumo insostenibles.
Frente a ello, la comunidad especializada en responsabilidad social tiene un papel crucial: impulsar marcos regulatorios sólidos, exigir transparencia y promover una economía textil que no sacrifique salud ni ecosistemas a cambio de precios bajos. La evidencia es contundente: sin intervención legal y sin un cambio de paradigma, el costo real de la moda rápida seguirá pagándose con el planeta y las personas.
Expoknews

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