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Por Leonardo Oliva.- “Fueron a la casa de mis padres, le dispararon al frente y a su camioneta. También recibimos amenazas por Instagram que apuntaban a mi hijo y a mi mujer”. Quien habla no es una víctima del narco ni del crimen organizado. Es un argentino que vive en Chile, hincha de Independiente, y una víctima de la “vendetta” de la barra de Universidad de Chile por el intento de linchamiento que sufrieron sus hinchas recientemente en Buenos Aires.   

La violencia en las gradas en ese duelo por la Copa Sudamericana entre argentinos y chilenos causó estupor porque los espectadores lo transmitieron en vivo por sus teléfonos. La Conmebol —el ente rector del fútbol sudamericano— tiene por política no televisar estos hechos ni tampoco suspender un partido donde haya incidentes entre barras.

Sin embargo, el segundo tiempo entre “el Rojo” y “la U” no llegó a jugarse: los 19 heridos (2 de gravedad) y más de 100 detenidos fueron demasiado para que las autoridades ignoraran la gravedad de lo que sucedía. Las imágenes en el estadio de Independiente de hinchas argentinos golpeando salvajemente a sus rivales chilenos, en respuesta a las agresiones de éstos, dieron la vuelta al mundo. Y volvieron a poner en los reflectores lo que todos saben: las barras bravas en Latinoamérica son un flagelo que trasciende al deporte y que muestra el lado más primitivo y delincuencial de nuestras sociedades.   

“Acá operaron factores de la violencia tradicionales en el fútbol, si queremos llamarlo de algún modo. Vimos hinchadas contrarias con un funcionamiento tribal, una invadiendo territorio ajeno y causando provocaciones, y la otra respondiendo en esta lógica de reponer el honor perdido”, dice Diego Murzi, académico que lleva más de una década analizando este fenómeno”. “Lo que sí es nuevo es la puesta en escena, sobre todo televisiva y filmada con celulares, a lo que en los últimos años nos habíamos desacostumbrado”, agrega el también vicepresidente de la ONG Salvemos al Fútbol.

Esta organización contabiliza 352 muertos en Argentina por la violencia en las canchas desde 1922. Otros recuentos más recientes suman 157 en Brasil entre 2009 y 2019; y 170 en Colombia entre 2001 y 2019. En Chile, donde la situación parece haberse salido de control, solo en 2025 doce partidos fueron suspendidos por actos de violencia, según denunció su sindicato de futbolistas. En abril, dos hinchas murieron durante una estampida antes del juego entre Colo Colo y el brasileño Fortaleza por la Copa Libertadores.

Rodrigo Figueroa, sociólogo de la Universidad de Chile, viene siguiendo de cerca el mundo barrabrava en este país. Además de ser muy violentas, sostiene que las barras chilenas (sobre todo las de Colo Colo y la U) “suelen tener un control muy importante del estadio y una negociación muy activa con los dueños de los clubes. Tienen una incidencia muy fuerte en el desarrollo de los partidos y en la organización de los campeonatos”.

Esto, para Figueroa, les ha dado “una relevancia muy significativa” que, por supuesto, no se corresponde con el rol menor que deberían cumplir en el deporte institucionalizado. El experto lo atribuye a que “son organizaciones que van mutando en su capacidad organizacional, de dirección y liderazgo”. Y en esas luchas internas, “la violencia que hoy están ejerciendo estas barras tiene que ver con una disputa por el control de los estadios”.


Hooligans vs. barrabravas

Argentina y Chile no son, por supuesto, una excepción dentro del fenómeno de la violencia en el fútbol latinoamericano. Basta recordar la llamada “tragedia del Estadio Corregidora” en el partido Querétaro–Atlas en 2022, en México, donde hasta hoy se discute si hubo o no muertos. O los 21 heridos que dejó la batalla entre hinchas de Junior y Atlético Nacional en medio de un partido en 2024 en Colombia.

Quienes estudian la relación entre violencia y fútbol reconocen que hoy ha disminuido en relación a lo que se vivió entre los años setentas y noventas. Eran épocas en las que, con los hooligans británicos a la cabeza, las gradas eran depositarias de toda una cultura de masculinidad, emocionalidad, habilidad física y pertenencia de clase obrera, que se traducía en violencia contra el otro, el hincha rival. 

Ese ADN hooligan persiste hoy en forma marginal en el fútbol europeo. Allí, la hiperprofesionalización de los clubes como empresas dedicadas al deporte de alto rendimiento y la sofisticación de las normas de seguridad corrieron hacia fuera de las canchas la violencia. Esta persiste, sobre todo, en las copas internacionales, cuando los hinchas de un país protagonizan incidentes en las calles de una ciudad extranjera.

Pero en el fútbol latinoamericano las barras bravas no solo sobrevivieron, sino que mutaron a verdaderas organizaciones criminales dedicadas a explotar negocios ilegales vinculados a la organización de los partidos. Entre ellos, la reventa de entradas, el estacionamiento de vehículos en los estadios y hasta la propia seguridad dentro de las canchas. Todo ante la inacción —y a veces la complicidad— de los actores estatales e institucionales.

“El negocio de las barras nunca estuvo en peligro. Son parte de la industria del fútbol y no vislumbro que eso se esté tratando de erradicar. Es algo que el fútbol ve como un mal necesario y la Conmebol mira al costado”, se sincera Andrés Burgo, periodista argentino que es muy crítico con la organización del fútbol sudamericano. 

 El último Congreso Internacional de Lucha Contra la Violencia en el Fútbol, realizado en la Universidad de Palermo en Buenos Aires, concluyó que hay cinco causas que persisten para la ocurrencia del fenómeno: 1- no hay una ley que avale la detención y retención por un largo periodo de un hincha por disturbios dentro de un estadio; 2- la corrupción dentro del fútbol sigue alimentada por todos los actores de este negocio; 3- la mala preparación y actuación de los policías en los eventos. 4- la situación social del país. 5- la falta de seguridad en la mayoría de los estadios. 

Todos estos factores confluyeron en los gravísimos hechos sucedidos en el partido entre Independiente y Universidad de Chile. Allí, dos grupos violentos alimentados con dosis de xenofobia, códigos carcelarios e inacción e imprevisión policial se enfrentaron a la vista de todos con un saldo sangriento que no dejó muertos de milagro. 

“A nosotros no nos gusta decir que se va a terminar con la violencia en el fútbol, esas son palabras vacías”, reconoce Diego Murzi. “Siempre hay violencias latentes en cualquier tipo de relación humana, pero sí se pueden tomar medidas para disminuirla o para, al menos, prevenirla”. El vicepresidente de Salvemos Al Fútbol habla de tres dimensiones de la violencia en las canchas: la cultural (“la cuestión barrial, territorial, lo masculino”); la operacional (“yo siempre digo que al hincha se lo piensa como un sujeto peligroso que tiene que ser controlado y no como un sujeto de derechos que tiene que ser cuidado”); y la delictual (“las barras tienen relación con actores de otros mundos, de la política, funcionarios policiales, sindicales, dirigentes deportivos…”). Todas entran en juego, con mayor o menor peso, cuando se producen hechos violentos dentro o fuera de los estadios.

Rodrigo Figueroa suma otro factor a ese cóctel explosivo que hace difícil combatir la violencia en las canchas: “El juego en los tiempos modernos cumple una función agonística, es la recreación de una pugna, de un enfrentamiento entre identidades. Y el fútbol es una forma de poder canalizar esa energía, esa tensión, esa pulsión violenta”.

El sociólogo remarca que las barras bravas son organizaciones muy atractivas para los jóvenes. Un concepto en el que insiste otro académico que las ha estudiado bastante, el argentino Nicolás Cabrera: “Las barras son más que grupos violentos. Son movimientos sociales, culturales. No es casualidad que haya muchos jóvenes”.

Autor del libro Que la cuenten como quieran: pelear, viajar y alentar en una barra del fútbol argentino, Cabrera ve en el origen de clase de los hinchas más violentos un factor de identidad que no encuentran en otros ámbitos: “Las barras son heterogéneas pero la mayoría (de los integrantes) proviene de sectores populares. Son sectores donde la movilidad social, el reconocimiento, mejorar el poder adquisitivo, no se consiguen tan fácil por las vías tradicionales, como el trabajo formal y la educación”.

En tiempos donde la democracia es puesta en cuestionamiento porque no garantiza el progreso social que promete, para muchos varones jóvenes ser parte de una barra de fútbol les otorga el reconocimiento que no podrán obtener de otra manera. No importa si es practicando la violencia y participando de negocios ilegales. Como dice Figueroa, “a medida que se debilitan los espacios sociopolíticos más tradicionales, que son los partidos políticos o las organizaciones representativas de base, las barras tienen una proyección que va mucho más allá del estadio”.  

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