Más de mil millones de personas en el planeta viven con algún problema de salud mental, una cifra que por sí sola debería sacudirnos. Sin embargo, la realidad es que esta crisis sigue siendo invisible para gran parte de los sistemas de salud y de la agenda pública. La Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte que, sin acciones inmediatas, los costos humanos, sociales y económicos serán cada vez más graves.
El informe más reciente de la OMS, respaldado por el Mental Health Atlas 2024 y el reporte World Mental Health Today, revela que el 14 % de la población mundial enfrenta trastornos como ansiedad o depresión. Pese a ello, millones carecen de la atención adecuada y viven con estigma, discapacidad y pérdida de años productivos. Ante este escenario, la salud mental en el mundo se convierte en un reto impostergable para gobiernos, empresas y sociedad civil.
Vivir con un problema de salud mental en el mundo
Vivir con un trastorno mental significa mucho más que enfrentar síntomas. Según la OMS, más de mil millones de personas —especialmente en países de ingresos bajos y medios— padecen ansiedad o depresión. Las mujeres resultan más afectadas, con 581,5 millones de casos frente a 513,9 millones en hombres, lo que refleja desigualdades de género en esta crisis global.
La infancia y la adolescencia tampoco escapan a este panorama. Cerca del 7 % de los niños entre 5 y 9 años, y un 14 % de los adolescentes de 10 a 19 años, viven con algún trastorno mental. Esto plantea una urgencia: atender los problemas desde edades tempranas, pues la mitad de los casos se originan en esta etapa de la vida.
Asimismo, es importante recordar que el suicidio, que causó 727,000 muertes en 2021, es una de las principales causas de muerte en jóvenes. De no redoblar esfuerzos, no se alcanzará la meta de reducirlo en un 33 % hacia 2030. Esto refleja cómo la salud mental en el mundo es también una cuestión de vida o muerte.
En este contexto, no basta con hablar de estadísticas; se trata de vidas interrumpidas y familias fracturadas. Cada cifra representa historias invisibles que requieren sistemas de apoyo sólidos y con perspectiva de derechos humanos.
Una brecha en la atención que se vuelve tragedia
La salud mental es una de las áreas más desatendidas de los sistemas de salud globales. Apenas un 2 % del presupuesto sanitario mundial se destina a este rubro, revelando una desigualdad abismal en comparación con otras enfermedades. En países de bajos ingresos, existe menos de un profesional de salud mental por cada 100,000 habitantes; en los de altos ingresos, la cifra supera los 60.
Este desequilibrio implica que millones de personas pasen su vida sin acceso a terapias, medicamentos o acompañamiento profesional. De hecho, menos del 9 % de quienes sufren depresión reciben un tratamiento mínimamente adecuado, lo que perpetúa el sufrimiento y la pérdida de calidad de vida.
El estigma agrava la situación. Muchas personas temen ser discriminadas en sus entornos laborales o comunitarios, lo que las lleva a ocultar sus problemas. Esta invisibilidad contribuye a la falta de inversión y a un círculo vicioso que sostiene la crisis.
Hablar de la brecha en la atención es hablar de una tragedia silenciosa: una cadena de años de vida perdidos, productividades mermadas y generaciones enteras creciendo sin herramientas para gestionar su bienestar emocional.
Las propuestas de la OMS frente a la crisis
La OMS ha puesto en marcha una guía renovada para que los gobiernos transformen sus sistemas de salud mental. Entre las propuestas centrales está la integración de reformas estructurales basadas en los derechos humanos, así como el incremento de la inversión pública y la capacitación de personal especializado.
Un aspecto clave de esta estrategia es fortalecer la atención comunitaria centrada en la persona. Esto implica reducir la dependencia exclusiva de hospitales psiquiátricos y apostar por servicios cercanos, accesibles y con enfoque preventivo.
La iniciativa mhGAP (Programa de Acción para Superar las Brechas en Salud Mental) busca ampliar el acceso en países de ingresos bajos y medianos. A través de este programa, se pretende que comunidades con pocos recursos puedan contar con diagnósticos y atención de calidad.
La salud mental en el mundo no puede esperar. Estas medidas no solo atienden la urgencia de los pacientes, también promueven sociedades más inclusivas y resilientes frente a los retos del siglo XXI.
El costo social y económico de la crisis
La crisis de salud mental tiene un impacto que trasciende lo individual. La economía global pierde cerca de 850,000 millones de euros anuales en productividad debido a la ansiedad y la depresión. Empresas, instituciones y gobiernos sufren directamente las consecuencias de esta merma.
Además, quienes padecen trastornos graves suelen vivir entre 10 y 20 años menos, la mayoría de las veces por enfermedades físicas prevenibles. Esta realidad evidencia cómo la salud mental y la salud física están estrechamente relacionadas y deben atenderse de manera integral.
El problema también golpea los sistemas educativos y el desarrollo de capital humano. Niños y adolescentes que no reciben atención adecuada ven comprometidas sus oportunidades de aprendizaje y su futuro laboral, perpetuando ciclos de desigualdad.
Ignorar la salud mental en el mundo es dejar sin respuesta a una de las crisis más urgentes de nuestro tiempo. Invertir en soluciones significa no solo salvar vidas, sino también construir comunidades más sostenibles, productivas y justas.
Una urgencia global compartida
La salud mental ha dejado de ser un tema periférico para convertirse en una prioridad de salud pública global. El llamado de la OMS debe mover a gobiernos, empresas y sociedad civil a repensar estrategias y asignar recursos que reduzcan la brecha actual.
Si no atendemos la salud mental en el mundo, seguiremos perdiendo vidas, años de productividad y cohesión social. El momento de actuar es ahora: invertir en prevención, eliminar el estigma y garantizar acceso universal a servicios son los pasos esenciales hacia un futuro más saludable y equitativo.
ExpokNews
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