El rostro es un rasgo de identidad muy importante. No sé cuántas veces he escuchado que las madres olvidan el dolor de parto cuando ven la cara de su bebé por primera vez, o la infinidad de ocasiones en las que mis amigas me han contado sobre el “hermoso” rostro de su novio. Y definitivamente no creo poder entender la reacción que Gregorio Samsa tuvo al despertar una mañana, tras un sueño intranquilo al verse en el espejo como un escarabajo.
Aunque nunca nadie se ha despertado convertido en un insecto, las personas se han desfigurado la cara por diferentes motivos: la guerra, por ser golpeados o azotados letalmente, por ataques con ácido o por algún tipo de accidente. Durante la Segunda Guerra Mundial, muchas personas elegían suicidarse cuando veían su cara desfigurada.
Según el Museo Nacional de la Segunda Guerra Mundial de Nueva Orleans, el doctor Joseph Murray usaba pieles de soldados recién fallecidos para injertarlas en soldados desfigurados. Desafortunadamente, la mayoría de las veces el cuerpo la rechazaba, pero sí se podía regenerar un poco. Otros tratamientos, como el que usaba el doctor Bradford Cannon, consistía en cubrir las quemaduras con una gasa impregnada de ácido bórico y así preservaba el tejido sano.
Pero estos métodos no resolvían todo el problema: ¿qué pasaba con alguien que quedaba con un rompecabezas de rostro? Se escondía y vivía míseramente hasta que llegaba el momento de su muerte. No creo que Gastón Leurox haya escrito El Fantasma de la Ópera solo porque sí. Afortunadamente, las impresoras 3D les da otra oportunidad a quienes pierden una mandíbula o cualquier otra parte de la cara.
De acuerdo con Dynapro3D, una empresa que fabrica este tipo de impresoras, la historia de estos increíbles aparatos comienza en la década de los 80’s. Los primeros pasos no fueron muy trendy, pero en 1981 el japonés Hideo Kodama inventó dos métodos para fabricar plástico con la ayuda de un polímero que se endurece con rayos ultravioleta. Fue dos años más tarde cuando Chuck Hull empleó la técnica de estereolitografía, uso de láser UV que curte una resina líquida fotosensible, para imprimir un objeto capa por capa.
Aunque el proceso de fabricación no suena muy divertido, gracias a las impresoras 3D ahora se pueden reconstruir pedazos de rostros funcionales y estéticos. Según la Mayo Clinic, los modelos anatómicos se imprimen capa por capa, en base a imágenes de tomografías computarizadas y resonancias magnéticas. La impresora usa materiales biocompatibles para disminuir los riesgos de compatibilidad entre la pieza y el cuerpo.
Al crear imágenes computarizadas se genera un modelo preciso del rostro de las personas. De esta manera quienes sufrieran algún daño no solo recuperan funciones vitales como hablar, beber, comer o incluso hacer caras chistosas; también recuperar su cara estéticamente (algo sumamente importante en este caso). Cuando vemos a alguien sin alguna extremidad, sentimos compasión. Pero si vemos un desfigurado en la calle la sociedad lo convierte en un monstruo.
La Jornada
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