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Una nueva investigación de la Comisión EAT-Lancet revela que cambiar la manera en que comemos podría ser tan importante como transformar el sector energético. El informe sugiere que un giro global hacia dietas más saludables, basadas en alimentos de origen vegetal, podría reducir hasta en un 15% las emisiones de gases de efecto invernadero no relacionadas con el CO₂ para 2050.

El estudio concluye que la alimentación podría ser una solución al cambio climático tan poderosa como la eliminación progresiva de los combustibles fósiles. En palabras del profesor Johan Rockström, copresidente de la comisión, “los alimentos por sí solos pueden llevarnos más allá del límite de 1.5 °C si no transformamos los sistemas alimentarios”. La propuesta, por tanto, no es solo nutricional: es una estrategia climática urgente.


La dieta planetaria: una hoja de ruta hacia la sostenibilidad

El informe introduce el concepto de “dieta de salud planetaria”, que prioriza los alimentos ricos en plantas y mínimamente procesados. Este modelo no elimina la carne ni los lácteos, pero propone un consumo moderado, equivalente a un vaso de leche diario y dos porciones de carne y huevos por semana. Su propósito es equilibrar salud humana y salud del planeta.

Según la Comisión EAT-Lancet, adoptar esta dieta podría transformar los sistemas alimentarios, reduciendo la presión sobre los ecosistemas y promoviendo una producción más eficiente y diversa. La transición requeriría aumentar en dos tercios la producción de frutas, verduras y frutos secos, mientras se reduciría en un tercio la producción de carne de ganado respecto a los niveles de 2020.

Los beneficios son múltiples: además de reducir emisiones, esta dieta podría prevenir 15 millones de muertes evitables cada año. Su flexibilidad cultural —al adaptarse a diferentes tradiciones y patrones dietéticos— la hace viable a nivel global. Así, lo que parece un cambio individual puede convertirse en una solución al cambio climático colectiva y sostenible.

No obstante, su implementación requiere voluntad política, innovación tecnológica y educación alimentaria. La adopción masiva de hábitos sostenibles depende tanto de los gobiernos como de las empresas y los consumidores.


Transformar los sistemas alimentarios para reducir emisiones

Los sistemas alimentarios son responsables de alrededor de un tercio de las emisiones globales de gases de efecto invernadero. La producción ganadera, el uso de fertilizantes, el transporte y la refrigeración contribuyen casi en partes iguales. El informe de EAT-Lancet modela diversos escenarios para mostrar cómo una transformación integral podría revertir esta tendencia.

En el escenario de continuidad, las emisiones agrícolas no relacionadas con CO₂ aumentarían un 33% para 2050. Sin embargo, en el escenario de transformación —que incluye la adopción de la dieta planetaria, la reducción del desperdicio de alimentos y mejoras en la productividad agrícola— estas emisiones podrían disminuir un 20% respecto a 2020.

Más aún, si se combinan los cambios dietéticos con políticas ambiciosas de mitigación, como la fijación de precios del carbono y la forestación, la reducción alcanzaría el 34%. En paralelo, el uso de tierras agrícolas se reduciría en 3.4 millones de km², un área equivalente a la India, demostrando que la producción sostenible puede coexistir con la conservación.

Este hallazgo subraya un punto clave: la solución al cambio climático no pasa únicamente por la energía o la industria, sino también por lo que ponemos en el plato. La alimentación sostenible representa una oportunidad concreta para desacelerar el calentamiento global desde el ámbito cotidiano.


Justicia social y derecho a la alimentación sostenible

Una novedad del nuevo informe es su enfoque en la justicia social. La Comisión EAT-Lancet destaca que más de la mitad de la población mundial carece de acceso a dietas saludables, lo que agrava las desigualdades y compromete los derechos a la alimentación, al trabajo decente y a un ambiente sano.

El documento denuncia que el 30% más rico del mundo es responsable de más del 70% de las presiones ambientales derivadas de los sistemas alimentarios. Esta disparidad muestra que la transición hacia dietas sostenibles también debe ser una cuestión de equidad y redistribución.

Las soluciones propuestas incluyen subsidios a frutas y verduras, salarios dignos en la producción agrícola, protección de los grupos marginados y límites a la concentración del mercado en manos de pocas corporaciones. Solo así será posible garantizar que la solución al cambio climático también promueva justicia y bienestar social.

En palabras de la comisionada Shakuntala Thilsted, “vivir y trabajar en entornos libres de tóxicos y en condiciones climáticas estables es un derecho humano crucial”. El cambio alimentario no será sostenible si no es, ante todo, justo.


Cambiar la cultura alimentaria: una tarea colectiva

Los autores del informe coinciden en que transformar los sistemas alimentarios globales requerirá un “cambio transformador” en los hábitos individuales, empresariales y culturales. No basta con nuevas políticas: se necesita una nueva narrativa sobre el valor de la comida.

Para lograrlo, el informe propone políticas fiscales que favorezcan los alimentos saludables, etiquetado claro de productos, incentivos a la producción sostenible y educación nutricional desde etapas tempranas. La meta es que cada decisión alimentaria contribuya a un sistema más justo y resiliente.

El papel de las empresas es esencial. La transición hacia dietas sostenibles depende de la innovación en el sector agroalimentario, la transparencia en las cadenas de suministro y la promoción de productos bajos en carbono.

Al final, el cambio no solo transformará los sistemas productivos, sino también la relación entre humanidad y naturaleza. Apostar por una dieta planetaria es apostar por un futuro habitable.


La alimentación como herramienta de cambio climático

Si el mundo adoptara una dieta más saludable y sostenible, el impacto sería tan grande como una revolución energética. La evidencia muestra que los alimentos pueden ser la solución al cambio climático, siempre que las transformaciones sean integrales, inclusivas y basadas en la justicia social.

El informe EAT-Lancet nos recuerda que cada decisión alimentaria cuenta. Reducir el desperdicio, diversificar la producción y repensar lo que comemos no son actos menores: son estrategias climáticas. En última instancia, lo que servimos en la mesa podría definir el futuro del planeta.

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