París.- Por milenios, Gaza fue un floreciente centro comercial que conectaba África y Asia, una ciudad estratégica y cultural cuya influencia se extendió por el Mediterráneo y el mundo antiguo. Hoy, gran parte de ese legado yace en ruinas: monumentos, sitios arqueológicos y edificios históricos han sufrido graves daños, y la colección de Jawdat Khoudary desapareció con la devastación de su hotel-museo.
En este escenario, la exposición Tesoros salvados de Gaza, 5 mil años de historia, abierta en el Instituto del Mundo Árabe (IMA) hasta el 2 de noviembre, adquiere un valor excepcional, más aún cuando organismos internacionales y no gubernamentales, como Amnistía Internacional, acusan a Israel de una destrucción deliberada del patrimonio cultural, señalada como posible evidencia de intención genocida.
Las primeras piezas del patrimonio de Gaza llegaron a Europa en 2000 y circularon por varias ciudades hasta recalar en Suiza. En 2006, el Museo de Arte e Historia de Ginebra organizó la exposición Gaza en el cruce de civilizaciones, la cual reunió 200 obras de la Autoridad Palestina con 260 de la colección privada de Jawdat Khoudary, quien desde 1986 había reunido más de 4 mil objetos rescatados de las excavaciones y de pescadores, con la idea de fundar un museo arqueológico en Gaza. El proyecto quedó frustrado tras la toma del poder de Hamas, el bloqueo israelí y la inseguridad.
Desde entonces, unas 529 piezas que abarcan de la Edad del Bronce al periodo otomano permanecen embaladas en Ginebra, en un exilio que, paradójicamente, las ha salvado de la destrucción que hoy asola la franja. La actual exposición es un acto de memoria y una afirmación de resiliencia cultural. Jack Lang, presidente del IMA, señaló que mostrar estas piezas hoy es un verdadero gesto de “salvación pública”.
Zeus, Nuseirat, 1879
La historia de la arqueología en Gaza comenzó casi por casualidad en 1879, cuando un campesino encontró en Nuseirat una majestuosa estatua de Zeus entronizado, hoy conservada en Estambul. Sin embargo, a finales del siglo XIX, la región despertaba poco interés para la arqueología bíblica; es decir, en hallar pruebas materiales que confirmaran los relatos del antiguo y nuevo Testamento.
Bajo el mandato británico (1922-1948) se iniciaron las primeras excavaciones sistemáticas, centradas en las culturas del Bronce y del Hierro, en manos de egiptólogos británicos establecidos en El Cairo.
Los conflictos de 1938 y, posteriormente, la creación del Estado de Israel, en 1948, interrumpieron de nuevo las investigaciones.
En 1967, durante la ocupación israelí, se descubrió en Dayr el-Balah un complejo egipcio con más de 50 sarcófagos de barro antropomorfos, hoy, en el Museo de Israel.
La arqueología bizantina, todavía poco conocida, ofreció otro hallazgo notable en 1918: un mosaico en Ain Shallaleh, retirado por el ejército australiano y actualmente expuesto en Melbourne.
A pesar de estos descubrimientos, gran parte de la riqueza de Gaza permaneció enterrada durante décadas. No fue sino hasta 1995, con la creación del Servicio de Antigüedades de Gaza y su colaboración con la Escuela Bíblica y Arqueológica Francesa de Jerusalén, cuando se sentaron las bases de una arqueología palestina propiamente dicha.
Fue un momento fundacional, pues permitió que los arqueólogos locales asumieran un papel central en la preservación de su patrimonio. En ese mismo contexto, el IMA presentó en 2000 la exposición Gaza mediterránea: Historia y arqueología en Palestina, que reunió alrededor de 200 piezas procedentes de excavaciones franco-palestinas. Aunque su enfoque se centró en mostrar los vínculos mediterráneos de la región, más que en construir una narrativa identitaria, significó la primera ocasión en que el patrimonio gazatí alcanzó visibilidad internacional de esa magnitud.
Recorrido de riqueza milenaria
La narrativa de la actual exposición recorre esa riqueza milenaria, desde los contactos en Tell es-Sakan, pasando por el puerto griego de Anthedón, la necrópolis romana de Jabalia y el monasterio bizantino de San Hilarión, hasta las huellas islámicas y otomanas. Cada etapa revela a Gaza como un territorio estratégico y culturalmente fértil, disputado por imperios y atravesado por caravanas, rutas comerciales y procesos de cristianización e islamización.
La historia reciente del patrimonio gazatí está marcada por el exilio. Más de 500 piezas permanecen desde 2006 en un depósito en Ginebra, custodiadas tras el fracaso del proyecto de crear un museo arqueológico en Gaza. Paradójicamente, esa imposibilidad de regresar las salvó de la destrucción que hoy sufre la franja. Exhibirlas en Europa significa devolverles visibilidad, pero también subrayar la necesidad de que algún día puedan volver a ser custodiadas en su lugar de origen.
El presente es alarmante: según la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, más de 76 sitios culturales han sido dañados desde octubre de 2023, y 345 están hoy en riesgo, incluyendo templos, monumentos, edificios históricos y museos.
La inscripción del monasterio de San Hilarión en la lista de patrimonio mundial en 2024 fue una victoria simbólica en medio del desastre, un reconocimiento internacional que refuerza la idea de que el patrimonio de Gaza no es sólo palestino, sino parte del legado universal.
Frente a la destrucción, han surgido iniciativas que muestran otra cara de la resistencia. El programa Intiqal (“transmisión”), creado en 2017, ha formado a más de 100 jóvenes palestinos en conservación y arqueología. Estos equipos han trabajado incluso bajo bombardeos, rescatando mosaicos, necrópolis y bodegas monásticas, al tiempo que transmiten a los niños en campos de refugiados la importancia de proteger el patrimonio. Su labor, reconocida internacionalmente, demuestra que preservar la memoria no es un lujo, sino un acto de supervivencia cultural.
La exposición del Instituto del Mundo Árabe recuerda que Gaza fue un cruce de culturas y fuente de resiliencia. Al poner en primer plano su riqueza arqueológica, se envía un mensaje claro: el olvido puede ser tan devastador como la violencia, y salvar el patrimonio es inseparable de la reconstrucción del futuro.
La Jornada
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