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Por Carolina Aranda Cruz.- Los humanos somos seres sociales, incluso los ejemplares más solitarios buscan conectarse con otros seres humanos. Tengo un amigo en Texas que se hace llamar un joven lobo solitario, pero todos los días se conecta a Discord para jugar y platicar con alguien. Él puede hacer esto en parte gracias al diseñador computacional Allan H. Weis.

Si bien Internet nació como una herramienta militar, fue hasta 1990 cuando Weis le informó a Jack Kuehler, presidente de Internet Business Machines Corporation (IBM) de ese tiempo, que dejaría la compañía para construir una red nacional de alta velocidad que le permitiría conectar a millones de personas a lo largo de Estados Unidos. Según nos cuenta John Markoff.

Aunque todavía no se sabía con claridad hasta dónde podía llegar este sueño, la red se empezó a popularizar entre el mundo académico. Los investigadores podían acceder a bibliotecas digitales de otros estados, bases de datos y programas computacionales que simplificaban su trabajo. Además, estar conectados les permitía comunicarse con otros especialistas vía e-mail. Esto empezó a generar colmenas de conocimiento donde las personas no sólo exponían ideas, también enriquecían sus investigaciones por medio del diálogo con otros expertos.

Hoy vivimos a nivel mundial los beneficios de estar conectados, pero esto también potencia ciertos comportamientos esclavizantes. “Creímos que el espacio de la comunicación era un espacio de libertad, pero la sociedad de la vigilancia explota esta libertad a su máximo grado, los espacios de libertad se convierten en espacios de control. Las redes sociales han adoptado una forma panóptica donde creemos que somos libres, que nos comunicamos en libertad. Porque la sociedad no ataca la libertad, sino se asegura que, voluntariamente nos descubramos. Esta participación activa es lo que hace al panóptico digital tan eficaz”. Así lo expresa Byung-Chul Han, filósofo alemán que ha versado sobre el tema a lo largo de su vida.

Pienso en las personas que usan Tik Tok o X como diario. Si bien, expresar al exterior nuestro sentir puede ser terapéutico las grandes empresas detectan lo que nos gusta cuando estamos felices, enojados, aburridos o tristes. En base a esto, generan productos que nos “sanan” o nos “placen”. Por eso el algoritmo es tan eficaz, analiza las palabras o frases que usamos con mayor frecuencia y nos envía anuncios, noticias o cualquier tipo de publicidad a nuestra medida. De esta forma la felicidad parece estar a un clic de distancia.

La publicidad se ha hecho tan eficaz hoy en día que, además de vender cosas materiales también nos vende “experiencias”. Los que mayor ventaja han sacado de ello son algunos líderes espirituales. Donde, por medio de retiros, encuentras el sentido de la vida, luego de haber pagado algunos miles de pesos o dólares.

Ahora que la política es cada vez más espectáculo y “experiencias”, como las que prometió el presidente Trump a sus electores a través de sus redes sociales la libertad languidece.

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